2º domingo de Adviento- Solemnidad de la
Inmaculada Concepción.
¡Vaya por Dios! Este año 2024, el 8 de
diciembre, día en que se celebra la solemnidad de la Inmaculada Concepción
de la Virgen María, coincide con el segundo domingo de Adviento. Ante esta
circunstancia, me surge la duda sobre qué debemos celebrar en la liturgia. Es
decir, que evangelio os comento, el de la Inmaculada Concepción de la
Bienaventurada Virgen María, patrona de España (Lucas 1,26-38) o el que está prescrito para el segundo domingo de
adviento -ciclo C- (Lucas 3,1-6) Por
lo que me he informado en España y sólo España, ya que es la patrona (¡que no
es la Virgen del Pilar eh!) se podrá celebrar la solemnidad de la Inmaculada.
¿Y si me tiro el moco y comento los dos evangelios
y tú te quedas con el que quieras? Pues, sí. Los dos y tú haces la elección que
más te ayude. Empezamos por el de la patrona.
El anuncio del
nacimiento de Jesús de Lucas 1,26-38 nos ofrece los datos
fundamentales de María: “joven de Nazaret,
virgen que estaba comprometida con un hombre perteneciente a la familia de
David, llamado José” A partir de ahí, se nos describe el acontecimiento,
siguiendo el esquema clásico del género literario de las anunciaciones: saludo
del enviado de Dios (ángel) extrañeza y turbación de la elegida (María),
tranquilidad a la que invita el enviado, mensaje que se comunica, pregunta del
elegido/a, en este caso María, nueva explicación del mensaje, seguida de la
aceptación de la misión y retirada del enviado de Dios.
Quisiera destacarte, en esta ocasión, el
saludo del ángel a la joven María: «¡Alégrate!,
llena de gracia, el Señor está contigo» La primera palabra de parte de Dios
a la humanidad, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la
alegría. Es lo que escucha María: «Alégrate» La elección de Dios es
siempre una gracia, es un don, es algo que nos plenifica. Ella es la
favorecida, la agraciada, la llena de gracia. La elección de Dios no destruye
ni nuestra libertad ni nuestro autentico ser, más bien, lo lleva a plenitud y
lo culmina.
«El Señor está contigo» es una forma usual
en el Antiguo Testamento y de Lucas para indicar la elección de Dios que
asegura al destinatario una presencia y ayuda permanente de Él, para que lleve
a cabo la misión encomendada; misión que, por otro lado, es humanamente
imposible realizar sin esa presencia divina. Por ello, en María, no hay temor
sino turbación por la magnitud de la misión. La presencia de Dios es portadora
de paz y alegría; de ahí la invitación del ángel a la tranquilidad: «No temas, María»
Este saludo es aplicable a cada uno de
nosotros puesto que somos elegidos de Dios y llevamos con nosotros a Jesús el
Salvador. Todo cristiano es, decían los padres apostólicos, cristóforo, portador de Dios. Por ello,
adviento es tiempo de preparación para dejar el corazón libre de
embotellamientos mentales y de atascos cardiológicos, con el fin de portar al
Mesías, sin miedo, en el interior.
La aparición del
bautista en la historia de Lucas 3,1-6, le sitúa junto a Jesús y
como el último profeta. Es el grito en el desierto. Es un hombre que no
pertenece a ninguna jerarquía, que no posee poder ni dinero, ni autoridad
alguna, pero es la voz de Dios que debe escuchar el pueblo.
El bautista es una llamada al cambio, a la
renovación de vida, para poder contemplar la salvación de Dios. Escuchar a una
persona que grita desde su pobreza, pero desde su convicción, es siempre
escuchar una llamada a la conversión. Esta conversión implica para Juan un
cambio de vida que queda descrito en Lucas 3,10-14 mediante el tema de la
fraternidad, el compartir, la justicia social…
La voz del bautista viene a preparar el
camino del Señor, nos habla de allanar, enderezar e igualar. Sólo así podremos
ver todos los seres humanos la salvación de Dios. «Allanad sus senderos; los valles serán rellenados, los montes y colinas
serán rebajadas; lo torcido será enderezado, lo escabroso será camino llano. Y
toda hombre verá la salvación de Dios».
Reflexión:
Dios viene en tu presente, en este momento concreto de tu historia, en el
hoy. La Palabra de Dios insertada en tu corazón, tiene fuerza para transformar
el interior. Todo tu ser se puede involucrar, comprometer e implicar ante
un Dios que es grande contigo y te invita a la transformación.
Nada te falta en este camino que emprendes en
adviento. Por parte de Dios todo está minuciosamente preparado. Él está a la
espera, para Él también es adviento. También es tiempo de esperanza para Dios.
Afortunadamente no te mete prisa (sus tiempos y los tuyos no suelen coincidir)
respeta tu momento, su espera es propuesta, llamada y mensaje… invitación a
ponerte en pie y mirar con ojos nuevos. Detente y contempla, reconoce tu
grandeza e imita a María en tu misión de cristóforo y a Juan en su grito nuevo.