No sé si tienes la sensación de que los personajes que realmente tuvieron protagonismo en la primera Navidad, hoy ya no tienen sitio, ni siquiera entre la variedad de reclamos publicitarios. Parece como si nos hubiéramos olvidado por completo de lo que verdaderamente se celebra, que, no es otra cosa, que el nacimiento del Hijo de Dios, su venida al mundo y su morada en él, de un niño con la misión de que la humanidad se sienta sanada y salvada.
Ya lo decía el anciano Simeón “mis ojos han visto la salvación”. Sí, en un pequeño, que sostuvo entre sus manos, encontró el descanso de sus anhelos. Un niño que no aparece en televisión, y escasamente en medios de comunicación, pero que año tras año nos sigue recordando que Él vino al mundo no para hacerlo mágico, sino para hacerlo humano.
Observo la variedad de mensajes navideños que petan mi móvil. Y me parece bien, es la época propicia para esta actividad, en agosto ya sería otra cosa. Son mensajes que se dirigen, en su inmensa mayoría, a los sentimientos de la gente, que suscitan emociones de ilusión y nostalgia, que nos hacen creer en múltiples posibilidades, de que lo mejor aún está por llegar. Me encantaría que detrás de estos mensajes haya de verdad una propuesta cristiana y religiosa, donde se exprese que Jesús es quien trae la esperanza de la salvación y quien ofrece un sentido ante las situaciones de dificultad que atraviesa nuestro mundo de este a oeste y de norte a sur.
Medito el sueño que tuvo José y precisamente no fue ir a comprar lotería, ni comida, ni regalos para la familia. Su sueño fue fiarse de Dios, ser fiel al proyecto de Él en su vida y acoger al Hijo de Dios. No entendió nada de lo que ocurría y me imagino que tardó tiempo en comprender lo que sucedió, pero estoy convencido que no le faltó que el sueño de la esperanza y de la luz lo fuera para toda la humanidad.
En fin, también apuesto por compartir, brillar, disfrutar, reír, cantar, volver a ser niños, ser solidarios… pero tengo claro que todo ello lo encuentro en un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre. El Mesías, el Señor. Este niño aporta ternura, nos hace vulnerables y nos llama a vivir una comunión con los que sufren en nuestro mundo.
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