4º domingo de Adviento
Existe una manera de amar, que debemos recuperar en nuestros días y que consiste en “acompañar a vivir”, especialmente a aquellos que se encuentran bloqueados, hundidos, atrapados, marginados o sencillamente vacíos de esperanza y alegría. Consolidar una sociedad hecha sólo para los fuertes, agraciados, sanos, triunfadores… olvidando y descartando a los frágiles y débiles, ya lo hicieron otros personajes de la historia que se han perpetuado en la memoria de lo que no debe realizar nunca el género humano. Si nos procuramos rodear sólo de personas simpáticas y sin problemas, que no pongan en peligro nuestro bienestar, convertiremos el amor en un intercambio mutuo de favores. Posiblemente lograremos vivir bastante satisfechos y cómodos pero no experimentaremos la alegría de contagiar y dar vida.
En el cuarto domingo de adviento (ciclo c) se nos presenta a María que sabe ponerse en camino y marchar con prontitud, junto a quien está necesitada de su presencia. Ella, tras su SI a Dios, su HÁGASE y su AQUÍ ESTÁ la esclava del Señor, se siente llamada a vivir de otra manera impulsada por el Espíritu. Al igual que Ella, aquellos que creemos en la encarnación de un Dios que ha querido compartir nuestra historia y acompañarnos en nuestra debilidad, debemos vivir de forma distinta, es decir, optando y apostando por acompañar saliendo de nuestras barreras, muros y fronteras.
En el evangelio (Lucas 1,39-45) nos encontramos con María que ha aceptado la Palabra de Dios con fe y confianza profunda, como lo atestigua el saludo inicial de Isabel: “Bienaventurada la que ha creído”. Esa fe de María es demostrada a través de la caridad y consiguientemente “se levantó y se puso en camino” para atender las necesidades de su prima que, entrada en edad, estaba embarazada. María se olvida de sí misma, supera todas las barreras y acude con presteza a casa de su pariente Isabel.
Dicen, los que saben de espiritualidad, que este encuentro entre las dos madres, es en realidad el encuentro de los dos hijos: “en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre”. El salto de alegría de la criatura en el vientre de Isabel, expresa, a juzgar por otros textos y escenas del Antiguo Testamento, la alegría mesiánica. Igualmente, el Bautista, por boca de su madre, inaugura su misión anunciando que el Hijo de María es el Señor, el Emmanuel, el Dios con nosotros: “¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?”
La respuesta de María al saludo de Isabel es un salmo de acción de gracias que conocemos con el nombre de “Magníficat” y que está compuesto por citas y alusiones al Antiguo Testamento, en especial de Ana, madre de Samuel (1ª Samuel 2,1-10) Quisiera resaltar la nueva alusión de Lucas al Espíritu Santo “se llenó Isabel del Espíritu Santo”. De nuevo el Espíritu de Dios se hace presente y enmarca el encuentro. Es quien da voz a Isabel para poder exclamar y saludar a María como «¡Bendita entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre! »
Reflexión: No es fácil aceptar el mensaje evangélico de ponerse en camino. Excusas para no acompañar a vivir tenemos miles, especialmente aquella de considerarnos tan ocupados en infinidad de tareas que nos sentimos agobiados, incluso para confesar que no tenemos tiempo ni para nosotros mismos. Esto se acrecienta si lo que tenemos entre manos nos parece importantísimo y nos creemos imprescindibles hasta el punto de no poder dejarlo. Tus agobios no casan de ninguna manera con la actitud de María que se expresa en este texto evangélico, ni tampoco con tu fe
Si crees en la cercanía de Dios que es capaz de transformar tu vida, tu corazón y el mundo, no te quedes anquilosado en tu bienestar y déjate atrapar por este Dios que acampa en ti, para que en vez de que impere la civilización del aislamiento se extienda la civilización del encuentro. Si Jesús sale al encuentro del ser humano mostrándonos un Dios presente que camina con nosotros, si María, después de ser elegida entre las mujeres como Madre del Salvador, se levanta y se pone en camino para ayudar a Isabel… tú y yo, cristianos del siglo XXI, debemos salir también al encuentro del ser humano y provocar el saludo entre Dios y el hombre.
No dejes pasar la oportunidad de imitar el estilo de María bajo falsos pretextos. Sal al encuentro y provoca el saludo para que el hombre se acerque y se abra al auténtico rostro de Dios, la misericordia. Reconoce, desde tu fe, que quedarte instalado en el “yoismo” sin buscar la apertura al otro, sin mirar los signos de los tiempos y sin ser anunciador de la buena noticia que posees… es simplemente ser un tipo egoísta que tiene por diosito a su ombligo. Es sencillamente mentira creer en Dios que se hace hombre, que comparte tu historia, que se desprende, que camina contigo, que te hace libre y te visita y, a la vez, encerrarte en tu “mini-mundo” ¡Ay Dios! esto de la Navidad no es espumillón, ni lucecitas horteras.
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